Llegadas las 12 de la madrugada en la calle que ahora es llamada República Dominicana en el Centro Histórico de la CDMX, se puede ver el caminar de un hombre venido del más allá buscando cumplir una promesa hecha a la Virgen de Guadalupe.

El Centro Histórico de la CDMX guarda muchas leyendas tenebrosas…

Cuenta la leyenda de acuerdo al libro de Ángel R. de Arellano “Leyendas y tradiciones relativas a las calles de la Ciudad de México” que allá por el año 1608 llegó a nuestro país un humilde mercader filipino de nombre Tristán Alzúcer, quien junto con su hijo se estableció en el rumbo de Tlatelolco.

Para ganarse la vida, padre e hijo vendían productos traídos de su país de origen y poco a poco el negocio fue creciendo.

Don Tristán tenía como amigo al Arzobispo Fray García de Santa María Mendoza, con quien platicaba amenamente, pues éste también había nacido en un pueblo de las Filipinas.

Debido a la alta demanda de los productos y con el fin de acrecentar las ganancias, Don Tristán envió a su hijo a la Villa Rica de la Vera Cruz con la intención de adquirir mercancías en los barcos que llegaban provenientes del viejo continente.

Un día, Don Tristán fue avisado de una grave enfermedad que su hijo tenía, impidiendo que éste volviera del bello Puerto. Las posibilidades de que el muchacho sobreviviera eran pocas.

El filipino en su desesperación pidió a la Virgen que salvara a su heredero prometiendo que si lo hacía, él acudiría al cerro del Tepeyac como agradecimiento del favor.

A los pocos días Tristán hijo regresó a casa y aunque aún no se encontraba del todo bien, su padre se puso muy contento.

El tiempo pasaba y la promesa hecha a la Virgen no se cumplía y el remordimiento por no cumplir la manda poco a poco fue aquejando a Don Tristan.

Una noche, optó por ir a visitar a su amigo el Arzobispo, a quien contó lo que había prometido y asegurando que aunque no había cumplido con la promesa, había rezado por las noches para agradecer a la Virgen el milagro que le había hecho.

Ante esto, el Arzobispo aseguró a Don Tristán que no era necesario acudir al cerro del Tepeyac, pues con su fe y su buena voluntad bastaba.

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Los días pasaron y una mañana, mientras el Arzobispo caminaba, se encontró a su querido amigo, quien con una túnica blanca, un semblante pálido y más delgado de lo común, caminaba con una vela en la mano argumentando que iba camino a cumplir su promesa con la Virgen de Guadalupe.

Preocupado por el aspecto de Don Trsitán, y ya por la tarde. el Arzobispo decidió visitarlo en su casa, pero la sorpresa que se llevó lo dejo realmente asombrado.

Al entrar al domicilio, pudo ver cómo Tristán hijo lloraba ante el cuerpo inerte de su padre, que acostado en una cama vestía la misma túnica blanca con la cuál en la mañana lo había visto.

El asombró lo dejó pálido cuándo el hijo le indicó que su padre había fallecido al amanecer y que sus últimas palabras se referían a una manda que debía cumplir a la Virgen.

El Arzobispo ante estas palabras dedujo que a quien había visto y con quién había hablado no era más que un espíritu que había venido del más allá…

Tiempo después, Tristán hijo se casó y formó una familia, con la cuál regresó al pequeño pueblo de Filipinas de donde era originario, mientras que el espíritu de su padre aún regresa en busca de cumplir una promesa que en vida no pudo realizar.

El lugar en donde Don Tristán de Alzúcer es visto por las noches llevaba por nombre el Callejón del Muerto, en la actualidad esa calle es conocida como República Dominicana, ubicada en el Centro Histórico de la CDMX. 

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